Voces del otro Mundo

"Delenda est Carthago" "Hannibal ad portas!!"

viernes, 29 de julio de 2011

Amarillo [TABLA]

Autor:  Tanisbarca
Fandom: Hetalia World Series
Disclaimer: Roma pertenece Hidekaz Himaruya, Cartago a mi.
Claim: Cartago/Imperio Romano
Tabla Arcoiris: #2—amarillo
Advertencias: Random // Actual (??)




No es la primera vez que se marchan de borrachera. Tampoco es la primera vez que los dos regresan a las tantas, siguiendo la estela de humanos que como ellos, se fueron de fiesta celebrando algo que no tenía sentido para nadie más fuera de esas fronteras.

Cartagena reverbera con sus luces eléctricas, el griterío de una ciudad española preciada. Una tradición antigua.

 Acaba septiembre. Y con él, el recuerdo de un tiempo que terminó hace mucho.


* * *

A la mañana siguiente, Cartago baja el primero a desayunar. Sabe que mientras desayuna, su hija estará repasando cualquier informe que le quede de antes de las fiestas.

Es temprano, al menos para los ciudadanos contemporáneos de Cartagena. Cartago y Roma descubrieron allí que el ritmo de vida humano actual era muy diferente del de su época. Roma por ejemplo, aun cuando siempre le gustaba quedarse remoloneando en la cama, cuando tenía que levantarse pronto lo hacía incluso antes de la salida del sol ya que una de las costumbres romanas decía que era de malos modales levantarse “tarde”. Cartago tenía una similar aunque no del todo igual.

Sin embargo, en la actual España, era muy común que la gente se despertara deprisa, desayunara deprisa y se fuera corriendo al trabajo. Incluso muchos aun así llegaban tarde.

Cartagena era condescendiente y les dejaba estar aunque les repitiese mil y una veces a los dos que no hacía falta levantarse de noche. Roma se había contentado fácil con eso, Cartago era más complicado de desacostumbrar.

Sin embargo, esa vez fue diferente. Porque aunque era difícil que Cartago se emborrachase, era también dificultoso decirle que no a un romano borracho y quejica que no paraba de pedirte que le comieras entero.
Cuando el púnico entró en la cocina, los rayos tímidos del sol entraban por la ventana entreabierta, atravesando las cortinas amarillas que colgaban de los rieles. Cartagena estaba sentada a la mesa de la cocina, tomando café en silencio mientras leía el periódico de la mañana. La chica había levantado la cabeza, sonriendo al ver  a su padre con unas ojeras del tamaño de elefantes.

—Parece que hoy no hemos dormido—canturreó la mujer, alcanzándole una taza de café a él, sin mediar más palabra.

Cartago profirió un gruñido que se parecía un montón a decir “romano idiota” pero tomó el café sin chistar. Cartagena meneó la cabeza.

—Los pasasteis bien entonces.

El hombre la miró largamente por encima del borde de la taza hasta que al final contestó.

—¿Estás segura de que quieres conocer los detalles?
—Me refería a las fiestas, papá.
—Ah.

Permanecieron en silencio otro poco, de nuevo hasta que Cartago rompió el silencio él mismo.

—¿Me crees si te digo que verlo me ha emocionado?—su voz sonó suave, sorprendentemente cálida.

Cartagena podía ver el orgullo en sus ojos, una mirada que no pudo aguantar sin sonreírse.

—Era lo menos que podía hacer.

Cartago sabía de las razones de esas celebraciones. Cartagena no lo había olvidado nunca a pesar del tiempo, lapso tan grande que por ella habían pasado multitud de culturas. La mujer que ahora tenía enfrente era diferente a todo lo que Cartago supiese de ella, pero en el fondo seguía siendo aquella niña pequeña que jugaba en el puerto y hablaba con los marineros como si fuese la madre de todo el mundo aun cuando no supiese pronunciar algunas letras.

Silencio otra vez, uno cómodo y nada frágil. No muchos conocían el pasado de la antigua Qart Hadasht, era por eso que Cartagena se daba el lujo de poder comportarse como púnica que era en la sangre cuando estaba a solas con su padre.

Quince minutos así. Finalmente, Roma llega para desayunar, con un dolor de cabeza épico. Deja que le miren con aires de resignación, ignorando los dos pares de ojos idénticos que le gritan “Te lo advertimos, no bebas tanto”, con la cabeza hundida en la mesa. Gimiendo.

—Hay luz. Hay ruido. No debería haber luz ni ruido. ¿Por qué hay luz y ruido, Cartago?
—Porque es de día.

El cartaginés no se molesta en tratar de reconfortarlo, se lo tiene bien merecido por no hacerle caso a la cuarta vez que le ordenó volver a casa. Roma gruñe.

—No me gusta el día, me hace daño —gimotea— y hay color amarillo por todas partes.

Cartagena suelta un risita y se levanta, descorriendo las cortinas causantes de ese efecto colorido sobre la cocina. Inmediatamente después de hacer eso, los rayos solares entran a borbotones e impactan en Cartago y Roma directamente. Cartago tiene que parpadear varias veces. Roma directamente protesta porque los ojos le chisporrotean de dolor. Siente que se le han quemado las retinas. Renqueante y lloriqueando, se trata de ocultar detrás del brazo de Cartago, sin éxito.

—Cartago, tu hija me quiere matar— se lamenta —dile que pare, te lo suplico.

Cartagena lleva en la sangre ese valor extraño que comparte con su padre y que en ciertas ocasiones es el que los empuja a molestar a Roma. Es por eso que intermitentemente ambos se turnan para provocarlo.

Las cortinas ondean, es una brisa pequeña pero aun así sirve para que de vez en cuando pequeños resplandores amarillos jueguen por las paredes de la habitación mientras aquellos tres singulares personajes continuaban tratando de empezar el día.

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