Voces del otro Mundo

"Delenda est Carthago" "Hannibal ad portas!!"

viernes, 19 de agosto de 2011

La Perla [Drabble]

Autor:  [info]tanisbarca 
Personajes: Estados Unidos de América, Japón 
Advertencias: Histórico // POV América. Mención a otros países. 
Resumen: Japón ha lanzado su ataque y Estados Unidos no llega a tiempo. ¿Culpa suya?

Notas de autor: Este drabble se refiere al ataque de Pearl Harbour por parte de la armada nipona. Estados Unidos tenía la información apropiada para defenderse del ataque pero no se pensó que Japón pudiese hacer tanto daño. Aún así se envió el mensaje a Hawai pero este llegó dos horas después del ataque y ya no se pudo hacer gran cosa para remediarlo.





* * *


No podía dejar de pensar. Era algo comprensible, ¿verdad? No era mi guerra, no tenía por qué meterme en ella, no otra vez. Era muy poco el tiempo que había pasado desde la Gran Guerra y no quería participar en otro conflicto como ese. Sería demasiado. Así se lo había dicho a Inglaterra y él no me había comprendido. Me había llamado cobarde, gritado, insultado con rabia. Creo que le había decepcionado que no lo apoyase pero es que yo no quería salir escaldado más de lo que estaba. Sinceramente, poco a poco me estaba haciendo con la hegemonía del poder capitalista, dictaba normas y se seguían, mi bolsa de acciones repercutía en todo el mundo, nadie podía pararme. No quería perder mi puesto después de haber pasado por la Gran Depresión.


Yo era Estados Unidos. Me siento orgulloso de lo que soy y cómo soy. Quizá mi mayor defecto es que soy un engreído y que tengo delirios de grandeza. Y también soy egoísta pero… no idiota.


Bueno, puede que no mucho.
* * *


—Señor, estamos preparados—la voz grave del almirante Isoroku Yamamoto hizo que Japón alzara la cabeza.


La nación se había sometido a una pequeña meditación antes de comandar el ataque, sopesando toda la información, hechos y posibilidades. No podía echarse atrás. Lo que iba a hacer llevaba años planeándolo, quizá como venganza, y no quedaría en muy buena posición si desperdiciaba la oportunidad. Sabía que Estados Unidos poseía la información sobre su ataque pero no estaba asustado. Se estaba esperando una gran defensa, digna de una de las mayores naciones del globo y quizá estaba algo nervioso, pero no asustado, nunca asustado.


—Bien, en marcha—las parcas palabras facilitaron luz verde a la operación. Japón se levantó con gracilidad y, seguido por el almirante, salió al aire libre del puerto en donde esperaba su flota.


Con porte solemne dio un repaso a las órdenes y embarcó a todo el mundo con rapidez.


Estaban preparados y listos para actuar.


* * *


Estados Unidos estaba inquieto. Corriendo todo lo que podía, llevaba en brazos al desfallecido mensajero que respiraba dificultosamente, transportando la advertencia de ataque. Se sentía desfallecido pero tenía que llegar a tiempo o sería todo un desastre que no querría presenciar. Los ánimos se le estaban apagando.


"Sólo un poco más, sólo un poco más" se repetía una y otra vez mientras daba las zancadas más largas.


También pensaba en como podía estar pasándole eso a él. Él, la gran pre-potencia mundial, el gran Estados Unidos. Él, que no estaba metido hasta el cuello en esa guerra absurda.


Se le escurrían las gafas con el sudor y la nariz le picaba pero no podía detenerse. Sentía que los pulmones le estallaban. Fue en ese entonces, cuando supo que no lo había conseguido. Una punzada de dolor le recorrió el espinazo pero no paró de correr. Los calambres le hicieron trastabillar ligeramente y aun así se mantuvo de pie, galopando. Oía los gritos dentro de su cabeza, sentía la agonía en su piel y la sangre brotando por sus brazos, empapando su ropa. Un sentimiento de angustia lo invadió, también la impotencia. El fuego, el dolor y los llantos.


Cuando llegó a su destino, dejó al muchacho en el suelo y oteó alrededor. Los barcos y los aviones japoneses daban vueltas disparando contra todo lo que veían. El ruido era ensordecedor. El puerto estaba teñido de sangre, rojo por el fuego que flotaba en el agua.
Estados Unidos cayó de rodillas ante la escena, con los ojos abiertos como platos y los dientes apretados de frustración. Había llegado tarde.


Un grito de rabia se escapó de entre sus labios y las lágrimas se desbordaron, empañando los cristales de sus gafas. Alzaba los ojos, buscando al responsable. Giró la cabeza y buscó por todos lados hasta que lo encontró ahí, regio y altivo, mirándolo con arrogancia y seriedad.


Japón.


Acercándose a América, Japón se quedó a una distancia muy pequeña sin temerlo. Ahora mismo, no estaba en posición de contraatacar.


—¿Por qué?—la pregunta proveniente de la joven nación arrodillada no le impresionó, de hecho la esperaba.


Japón no respondió, evocando todas y cada una de las ocasiones en que Estados Unidos se había interpuesto en su camino. La segunda guerra Chino-Japonesa, la Nota de Hull, el cierre del canal de Panamá, el petróleo…





El 8 de diciembre, Estados Unidos se unió al bando Aliado declarándole la guerra a Japón, convirtiéndose así el conflicto en la que sería la Segunda Guerra Mundial.

lunes, 8 de agosto de 2011

6 de Junio [Drabble]

Autor: [info]tanisbarca
Personajes: Estados Unidos de América, Inglaterra, Francia
Advertencias: Histórico // POV América.
Resumen: América esta camino de unirse a los aliados en el frente normando, pero a pesar de tenerlo todo planificado, aún siente miedo.



 * * *


Eran niños,  tenían diez años y no entendían las cosas. O mejor dicho, se les escondían las cosas, creciendo en una niñez feliz que disfrazaba una horrible verdad, nuestra verdad

Mí verdad.

He visto crecer a mucha gente, morir a mucha gente, mientras yo me hacía grande, cada vez más fuerte. Soy un país, no puedo hacer otra cosa más que fuerte, el mejor, el primero y número uno. Esa es mi meta.
Trato de recordármelo una y otra vez mientras cierro los ojos y me resigno a escuchar los bisbiseos, los rezos, de los soldados que me cercan. Sí, estoy rodeado de soldados, subido a una barcaza, mecido por la corriente del Canal de la Mancha, rumbo a Normandía.

Normandía. Es seis de junio. El día elegido, el día del desembarco.

Adónde vamos nos espera la incertidumbre. Incertidumbre de no saber qué va a pasar o de sí saberlo pero no querer comprenderlo.

Tengo miedo, mucho miedo. De hecho, no recuerdo haber sentido tanto miedo en mi vida. Ni siquiera durante la guerra civil ni durante el crack del veintinueve, ni durante la primera gran guerra. Es mi propio miedo como persona que soy pero también es el miedo de los demás. Todos nos morimos de miedo, terror, pavor, temor.

Es un miedo colectivo a desconocer qué espera exactamente en la orilla.

Todos estos soldados que me acompañan fueron niños hace tiempo, niños que jugaban a la guerra sin miedo. Niños a los que conocía de alguna u otra forma. Niños inocentes.

Vidas muertas que alcanzarán la fuerza en su corta caída.

Noto que me tiemblan los dedos, apretando la borda de la lancha. No consigo calmarme. No estoy tranquilo, pero sí determinado, dispuesto. Decidido. Tengo que hacer lo que tengo que hacer aunque no pueda dejar de pensar en que todos esos hombres van a morir por mí allí, en esa playa del demonio.
Nos acercamos. Ya disparan contra nosotros pero ordeno calma. Tenemos que aguantar y descender. Algunos hablan más alto, otros gritan.

Yo no, yo en silencio aprieto los dientes y mi arma.

Cuando saltamos a la arena mi cabeza es todo un torbellino. Oigo las balas silbar cerca de mí, ninguna me alcanza. Pero también oigo las voces, el dolor. Puedo oír la sangre gorgotear como si fueran estallidos en la playa.

Metralla. Bombas.

No me doy cuenta de todo lo que dejo atrás. Mi mente me grita “Corre, corre lo más que puedas” “Corre por sus vidas, no por la tuya” “Corre por la gloria y el honor, por la justicia y la libertad”

No estoy seguro, quizá estoy loco. Pero también oigo la voz de Inglaterra, la voz de Francia. Gritando.

“Corre, América”

viernes, 5 de agosto de 2011

Vejez [TABLA]

Autor:Tanis
Fandom: Hetalia World Series
Claim: Cartago/Aníbal Barca
Tabla De una Vida: #5—Vejez
Advertencias: Hecho para [info]musa_hetaliana //  Histórico



* * *
 
Los años pesan. Eso dicen.

Lentamente diluyes tu vida con las acciones perpetradas. Recuerdas lo que has hecho y lo que no. Retazos y recuerdos varados en el puerto a la espera de levar anclas, soltar las velas y conducir a los remeros.

Dicen que uno no elige su muerte.

Se equivocan. Quizá no el cuándo, pero si el cómo.
 
* * *
Cartago dejaba pasar lentamente el tiempo, a lo mejor unido a sus notas melancólicas, dispersas en el aire caliente que entraba por la ventana. Viento del sur arrastrando polvo y una época pasada. No habla.
Cerca, quizá a pocos pasos, está Roma, en silencio también, escuchando las consonancias arrancadas de las cuerdas de ese asor que tiempo atrás le cantaba sólo a él. Ya no hablan mucho entre ellos, al menos no por parte del púnico, el cual acepta la presencia de Roma por cortesía y petición del Consejo y los sufetes.

Desde aquella conversación a la salida de la casa de Aníbal en el lejano Oriente, Roma no ha vuelto a intentar recobrar el vínculo que tenían. Al menos no con palabras, porque como en ese momento, cada vez que puede y más que antes, se queda en la ciudad cartaginesa, aunque sea en silencio.

Es la primera vez que tiene miedo de hablar con él. Pero no miedo por lo que pueda responderle a cambio. Si no por hacerle daño de alguna forma. Sabe que Cartago se guarda siempre todo para adentro, todo el dolor, todos los sentimientos, buenos y malos. Y que no los va a soltar. Roma suspira de vez en cuando, y a veces la música se detiene y se miran durante un rato.

En silencio siempre.

Cartago hace eso sólo porque a veces su mente le juega malas pasadas. Cuando toca se abstrae tanto que en muchas ocasiones retrocede en el tiempo, cien, doscientos años atrás, cuando Roma y él eran amigos, casi más que eso y tocaba para él las notas que una vez le había dedicado en solitario y que a partir de entonces siempre fue la canción de Roma.

Pero tiene que mirarlo para saber que ese tiempo se fue y no va a volver, por mucho que los ojos del romano le estén diciendo “lo siento” con su silencio. Cartago sabe también que todas las cosas que le echó en cara esa vez no son culpa suya en realidad, pero tiene que echarle a alguien la culpa. Y Roma es el que representa todas esas acciones aunque no fueran sus ideas personales.

No soporta el deseo de golpear y amar a la vez.


* * *

Aníbal aún está a tiempo de enviar las que serían sus últimas palabras, recordando las viejas historias que Cartago le contaba, de un momento en el que una paloma blanca era capaz de todo.
Rápido, rápido. Ya puede oír a los legionarios rodear su casa. Traicionado, traicionado como su nación. Lejos de Cartago, no le queda otra opción más que esa.

El pequeño rollo de papiro queda asegurado a la pata rosada del ave, esponjosa e inocente y él la hace volar, para que huya lejos de su destino cierto y preciso. Aníbal la observa marchar hasta que desaparece entre las nubes algodonosas. Luego se vuelve, de espaldas a la ventana y cierra los ojos un momento. Romanos aporrean la puerta de abajo y la echan abajo.

Aníbal ya no reza, sujeta en la mano izquierda el anillo que desde hacía un tiempo llevaba siempre consigo.

Dicen que uno no elige su muerte.

Mentira, murmura barca, yo sí puedo.

Fueron las últimas que dijo antes de abrir la gema de la sortija y beber su contenido.

Cuando los legionarios de Flaminio alcanzaron la cámara, encontrar el cuerpo de Aníbal Barca tumbado en el suelo, perfectamente colocado e incluso casi sonriente. Relajado y sereno, como siempre había sido.

Cercado y traicionado, el mayor enemigo de Roma, el mayor general de Cartago y uno de los mejores estrategas de toda la Historia, murió, quizá no con la misma gloria que había acumulado en vida, pero al menos sí eligiendo la manera de hacerlo.


* * *

Atardece cuando Cartago, apoyado en el alfeizar de la ventana, otra vez toca los acordes de su asor, con Roma cerca, tumbado en un diván mientras bebe vino a sus expensas.

Como siempre en silencio.

Esta vez es una melodía común entre los púnicos, una no muy triste, más bien rápida. Cartago a veces tiene que tocar algo lejano a sus propios sentimientos, porque mientras Roma este entretenido, todo irá bien. Pero deja de tocar cuando ve la paloma blanca. Más bien de golpe. No lo aparenta, pero está entre sorprendido y temeroso.

Sabe que en esos momentos sólo existe una persona que conozca el significado de enviarle un mensaje mediante ese tipo de medios. Despacio, deja el instrumento sobre una de las mesas cercanas y toma al animal entre las manos mientras este aletea. Es una paloma joven, todavía oronda, una pequeña bola de plumas suave y pura.

Se queda de pie contra la ventana mientras Roma le observa, curioso e interesado. Pero en cuanto ve al pichón su expresión se transforma a una más seria, una de reconocimiento y también de celos. Él siempre fue el único que hizo eso.

Libremos a Roma de sus inquietudes, ya que no sabe esperar la muerte de un anciano.
Espero verte en la otra vida, mi gran y amado amigo.
Aníbal Barca
Cartago lee el mensaje en silencio, quieto, muy quieto. Sabía con certeza que ese día habría de llegar en algún momento. Le duele, le duele su pérdida. 

—¿Cartago?

Roma se ha levantado y está a su espalda, parece preocupado. Silencio, no obtiene respuesta. Roma no sabe que ha ocurrido o sí lo sabe pero no lo asocia. Él no dio la orden, el púnico sabe eso. No sería justo culparlo también de algo así aunque lo necesite.

Cuando Cartago se da la vuelta tiene apretado el puño con el mensaje dentro pero la expresión conformada como una máscara indiferente. Roma le mira interrogante, inquieto. Ante él, Cartago puede volver a ver a la joven nación que en su día pactó una amistad en principio no deseada. Un jovenzuelo que poco a poco se ha ido haciendo más grande, más fuerte que él. 

—¿Qué pasa?—la voz de Roma suena terriblemente baja y suave, casi destila compasión.

Cartago aun siente las palabras del mensaje a través de la piel pero niega con la cabeza. ¿De qué serviría atribuirle aun más sus desgracias? Son naciones, es la vida que tiene que vivir, es su destino. Uno siempre arriba, otro siempre abajo.

—Nada.

Sin dejar pasar a las emociones fuertes que le están oprimiendo el pecho, Cartago recoge el asor y, guardando el pequeño pedazo de papiro en su túnica, comienza a tocar de nuevo. La pichona blanca aun sigue en el alfeizar, como si fuera consciente de la situación, detiene su arrullo para escuchar. 

Cartago toca, pero Roma se da cuenta de que la música ha cambiado. Ahora es lenta, desconsolada y triste, muy triste.
* * *

Aníbal nunca lo supo, puede que tampoco Cartago. Pero en la mente colectiva de los romanos siempre prevaleció el miedo hacia su persona, el miedo y el temor a un peligro fantasmal que jamás los abandonaría porque por muchos siglos que pasaran…

Hannibal ad portas.

martes, 2 de agosto de 2011

30 Vicios [Tabla]

Autor: tanisbarca
Claim: Cartago/Imperio Romano
Rating: K y K+
Advertencias: **Contenidas en cada uno de los prompts

**No existe ningún orden preferente de lectura.


Tabla para 30vicios



01. Límite.02.Sumisión.03.Vergüenza.04.Medicina.05. Dolor.
06.Necesidad.07.Mordaza.08. Calor.09.Húmedo.10.Venganza.
11. Quebrar.12. Mentir.13. Hablar.14. Ego.15. Leer.
16. Fastidiar.17.Chocolate.18. Tabaco.19. Porno.20. Escribir.
21.Violencia.22. Dinero.23. Soñar.24. Control.25. Labios
26. Amor.27. Deseo.28. Disfraz.29. Infierno.30.Obsesión.

Madurez [TABLA]

Autor:Tanis
Fandom: Hetalia World Series
Claim: Cartago/Aníbal Barca
Tabla De una Vida: #4—Madurez
Advertencias: Hecho para [info]musa_hetaliana //  Histórico



* * *
Éfeso, año 192 a.C

Cerró un poco los ojos y notó el aire fresco. Su respiración acompasada era similar al vaivén de la brisa marina. Se alegraba de que por fin tuviera un poco de tranquilidad y tiempo para pensar. El Mediterráneo andaba últimamente algo revuelto entre unas cosas y otras, sobre todo en aquella parte oriental, sumida en caos y división de opiniones, ánimos de enfrentarse a los romanos. En su propia casa nada era como tenía que ser.

Más de siete años después de su derrota en Zama, Cartago se estaba recuperando moral y mentalmente de la humillación a la que fue sometido tras el último tratado con Roma. Físicamente quedaban sus cicatrices, algunas retorcidas pero cargadas con orgullo y valor.

Con la vista clavada en el horizonte, Cartago respiró profundamente. No se sentía tranquilo. De hecho, no debería estar allí. Como tantas tras veces, se había escapado de la vigilancia del Estado, esta vez para ver al que fue su general y aun su mayor fiel seguidor.

Aníbal Barca.

Lo que no había esperado encontrarse allí también, era a la embajada romana y a la única nación de entre todas las existentes a la que no quería ver en esos momentos.

* * *
La reunión había transcurrido de forma pausada, más como si Aníbal y Escipión fueran viejos amigos que rivales en el campo de batalla. Incluso ambos se habían permitido el lujo de hablar de mujeres o de los últimos acontecimientos políticos que sacudían todos los rincones del mundo conocido. Aníbal estaba relajado, se notaba que sabía cómo controlar la situación en tanto que Escipión le seguía la corriente.
Cartago no se sentía tan sereno. Las circunstancias no le gustaban nada aunque la única razón era la presencia de Roma en la misma habitación. Le había estado evitando desde la firma del tratado para no tener que escupir veneno como una serpiente. No se merecía eso puesto que había ganado, pero no podía evitarlo.
Se sentía traicionado personalmente y sólo por eso no iba a tratarlo como un amigo de nuevo, menos como alguien superior. El afán de Roma por hacerse más fuerte a costa de las vidas de los demás había hecho que le perdiera el respeto que le había profesado hasta entonces. Una cosa era dominar, otra era destruir culturas que podrían haber sobrevivido contigo.

Cartago no sabía que eso también iba a tener que aplicárselo a él.

Roma se contentaba con escuchar la charla de su otrora también general mientras bebía pacíficamente de su copa de vino. De vez en cuando les echaba una ojeada  a las esclavas que tocaban música cerca pero más al púnico, situado justo enfrente. Los cuatro formaban una figura equidistante, ambas naciones enfrentadas, cada una entre los dos hombres que aunque sabían de la tensión entre ellos, la dejaban de lado, atendiendo a sus propios problemas. Sin embargo, la tensión se disolvió al poco. Escipión hablaba, preguntando una cuestión interesante, algo que captó la atención completa de los tres restantes miembros de la entrevista.

—Entonces, en tu opinión… ¿Quién crees que fue el mayor de los generales hasta la fecha?—claramente se lo preguntaba a Barca, muy concentrado en esa cuestión.

Cartago podía notar que el interés de Escipión era conseguir que Aníbal le concediese ese honor, pero si algo conocía a su ex-estratega, sabía que antes haría retorcerse al romano con sus respuestas. No se equivocó.

—Alejandro Magno, claramente—respondía el cartaginés con total seguridad— conquistó territorios hasta entonces nunca explorados con un ejército mínimo.

Cartago observó la fina arruga que se dibujó en la frente de Escipión. Después vio que Roma tenía medio alzadas las cejas tras su copa repuesta. Aníbal parecía expectante. Era obvio que conocía el juego aunque esta vez no impondría las reglas.

—Entonces, ¿el segundo? —la nación púnica pudo notar el leve rastro de irritación en la voz del romano, aun cuando su expresión no denotaba nada más que aparente inquietud. Roma por su parte, atendía curioso a la respuesta mientras se metía una uva a la boca, masticando con pepita y todo. Cartago sólo miraba de soslayo a Aníbal, casi leyéndole la mente.
—Pirro —contestó esa vez, tranquilamente a la vez que, como había hecho Roma, tomaba una uva y se la comía. Cartago supo ya por dónde iba el giro de la conversación. — Fue el primero en aprender a usar el terreno a su favor.

Era todo un juego de haber quién saltaba primero. Se atrevió a echar una mirada a Roma, el cual parecía estar divirtiéndose mirando a uno y otro. No obstante, este pareció notar los ojos de Cartago clavados en él porque enseguida medio ladeó la cabeza, encontrándose con la mirada púnica desde el otro lado de la mesa. Por dos segundos fue como si el tiempo retrocediese hasta la primera vez que se miraron a los ojos, conformando un gran choque que ninguno de los dos había olvidado. Sin embargo, al contrario que aquella vez, fue Cartago quién desvió primero la mirada, dejando a Roma observarlo por un tiempo más hasta que Escipión volvió a preguntar por tercera vez. 

—Yo mismo —Aníbal dio un sorbo a su cáliz de vino y continuó explicando— Llevé un ejército a través de los Pirineos y los Alpes, conseguí cercaros y derrotaros en Cannas con inferioridad numérica además de haber podido asediar vuestra ciudad.
—Sí, pero no lo hicisteis—Escipión apuntó con algo de arrogancia. Roma se sonrió, aún atento.
—No, no lo hicimos—Aníbal corroboró y sin querer le lanzó una sutil mirada  a su nación, una muy pequeña que nadie pareció captar. Cartago había apretado los dedos sobre el reposabrazos.

Aquello le había hecho recordar la maldita condescendencia que Aníbal había demostrado con los romanos sólo para hacerle a él un favor personal, arriesgándolo todo. Como consecuencia de esa decisión habían perdido, quedando ambos relegados. Cartago a simple ciudad-estado y Aníbal a exiliado, por voluntad propia como decía, pero exiliado a fin de cuentas.

—Así que te colocas cómo el tercer mejor general, ¿no?... ¿y si me hubieras vencido en Zama? —preguntó entonces Escipión, ya más relajado que antes porque aquella pregunta la había hecho ya por terminar la conversación.

La respuesta del cartaginés le sorprendió, tanto a Publio Cornelio Escipión como al propio Roma. Pero no a Cartago, el cual acabó por esbozar una media sonrisa de puro orgullo y jocosidad. Aníbal estaba serio sin embargo, cuando contestó finalmente.

—Si te hubiera vencido, obviamente yo sería el primero.


* * *

Una hora después, la entrevista había concluido y tanto Aníbal como Publio se habían despedido, con casi aprecio, casi como dicho antes, viejos amigos que podrían haber sido en el pasado. Cartago también tenía que marcharse, pero esperó a que los romanos desaparecieran de la vista general para poder acercarse a Aníbal.

Cuando estuvieron solos no pudo evitar mirarlo como si fuese aún ese niño pequeño medio escondido detrás de las faldas de su padre. Sólo que ya no era ningún niño, sino todo un hombre adulto capaz de valerse por si mismo allá dónde estuviera. Cartago se preocupaba en lo personal por él puesto que como nación debía comportarse como un vil traidor y decirle a todo el mundo lo que estaba haciendo. Conspirar contra Roma en la corte de Antíoco III.

Los ojos oscuros de Barca le miraba comprensivo, como diciéndole que él no tenía la culpa y que le perdonara por no haberlo hecho mejor. Pero Cartago negaba dejando una de sus manos en el hombro izquierdo del hombre, apretando con cariño.

—Estaremos bien—dijo finalmente Cartago. Aníbal desvió ligeramente la mirada, sabía que se refería a su pequeña ciudad, Qart Hadasht, a la que ninguno de los dos había vuelto a ver después de su partida hacia los Pirineos.
—Cumpliré mi promesa hasta el final, te lo prometo.
—No tienes por qué hacerlo, Aníbal, en serio…
—Tengo un por qué, te lo debo… te lo debo por todas las veces que te he fallado desde que me convertí en tu general.
—Nunca me has fallado.
—Te equivocas…

Cartago entornó los ojos. Ese hombre era un cabezota, lo había heredado de su padre, Amílcar. Chasqueó la lengua, secundando la sonrisa de Aníbal. Ambos sabían que si discutían no llegarían a buen puerto.
Minutos después, Aníbal cerraba sus puertas y Cartago bajaba las escaleras del palacio, rumbo al puerto para embarcar en el trirreme que le llevaría de vuelta a su casa. A un ambiente que no echaba de menos en lo absoluto.

Atravesaba la verja de hierro que delimitaba el jardín suntuoso cuando se encontró con Roma, esperando tras el muro, tan pancho y fresco como siempre. Cartago decidió no tomarlo en cuenta, no le hacía gracia que el romano quisiese dárselas de aliado y amigo ahora, después de todo. Puede que su Consejo quisiese algo como eso, pero él no podía soportarlo.
Roma protestó verbalmente que no le ignorara y de cuatro zancadas le igualó el paso. Cartago continuó con la ley del silencio.

—Oye, venga, vamos, no seas así —refunfuñaba cada dos por tres.
—¿Así cómo? —Cartago terminó por preguntarle, a la cuarta vez. Tenía mucha paciencia pero últimamente se irritaba muy fácil.
—Pues así, seco, hosco antes no eras así, menos conmigo.—Antes era antes, ahora es ahora, creo que entiendes bien eso, ¿no?

La conversación se estaba haciendo agria.

—¡¿Pero qué te pasa?! —Acabó por exclamar Roma, deteniéndose a medio camino— ¿Por qué no podemos ser amigos como antes? ¡¿Por qué?!

Desde el punto de vista de Roma, Cartago perfectamente podía seguir siendo amigo suyo, tal como lo habían sido en el pasado. Muchas cosas habían cambiado, era cierto, pero así eran las cosas. Unos estaban arriba y otros abajo. Y a veces eso cambiaba. Desde el punto de vista de Roma, todo estaba bien. Pero el de Cartago era bien diferente.

Conteniéndose también, algo adelantado a la posición de la otra nación, Cartago inhala fuerte y se gira, mirándole profundo pero sin resquemor no odio. Sólo profundo.

—¿Por qué, preguntas? —Las palabras, escogidas co precisión, resonaron como un eco furioso— Primero me traicionas, rompes tu fides, una en la que confiaba. Después tratas de humillarme convirtiéndome en un saco de dinero, costeándote una guerra que quisiste empezar tú, me arrebatas Sicilia… además de eso te aprovechas de una guerra que no te debía de importar y también me quitas Cerdeña y Córcega—cada acción era un golpe. Roma podía sentir el dolor y el odio aunque no pudiese verlo por ninguna parte— Cuando trato de devolverte todo lo que me impones, te metes en medio y me haces firmar un tratado partiendo a Iberia por la mitad, abandonas a Sagunto a propósito para usarlo de caso bélico, me declaras una guerra que tenías ya pensada desde hacía años. Casi matas a mi hija y me niegas verla después de haber perdido de nuevo tu guerra… ¿quieres que siga?

 —N-no, espera…

—Y por si fuera poco… le pones precio a la cabeza del único hombre que me ha servido como tenía que hacerlo sólo porque aún le temes… el único púnico al que he podido considerar como un hijo. Das por hecho que sigo siendo un peligro y por ello me despojas de capacidad para defenderme por mis propios medios porque me tienes miedo… miedo de que me recupere lo suficiente como para devolverte los golpes—los ojos de Cartago brillan ahora de furia, tenso—Me mangoneas como quieres, me utilizas y me desprecias con tus constantes negativas cuando te pido que detengas a Numidia…

Niega despacio con la cabeza. Roma se ha quedado sin aliento, casi no puede respirar. Se siente mal y no sabe por qué ni cómo.

—Piénsalo, Roma… ahí tienes bastantes porqués. 

Y mientras Cartago retoma su marcha, sin echar un último vistazo atrás, Roma se mantiene callado y quieto. No entiende cómo lo ha hecho pero lo cierto es que lo ha logrado.