Voces del otro Mundo

"Delenda est Carthago" "Hannibal ad portas!!"

domingo, 24 de julio de 2011

Adolescencia [TABLA]

Autor: Tanis
Fandom: Hetalia World Series
Claim: Cartago/Aníbal Barca
Tabla De una Vida: #2—Adolescencia
Advertencias: Hecho para
[info]musa_hetaliana //  Histórico
* * *

De niño siempre le habían fascinado los elefantes, más que los caballos incluso, a los cuales adoraba como si fueran sus propios hermanos pequeños.


Aquellas bestias gigantes, tan diferentes, grises, rugosas. Le sobrecogían a veces, otras asustaban, pero siempre admirados. Admirados y adorados elefantes, ojalá nunca os vayáis, pensaba.


Aníbal ya era todo un muchacho, valiente, fuerte y juicioso, con un ingenio militar comparable al de su propio padre en su época. Las tropas simpatizaban con el joven por su carisma y su diligencia fuera de lo común y porque le habían visto crecer, realmente.


Contaba con apenas veintiún años, aun demasiado joven para encabezar su propia milicia, tal como decía Asdrúbal El Bello, su cuñado, quién además se había convertido en su instructor tras la muerte de Amílcar contra los íberos del interior.


Aunque sí le dejaba comandar a la caballería. El por qué de estas decisiones, eran un misterio para el joven Barca, a veces nostálgico y otras, distante.


Una mañana común y corriente, una de tantas que amanecían despejadas en aquella tierra, se despertó sabiendo que Asdrúbal había terminado por pactar con los romanos y trazar una frontera en Iberia a lo largo del río más al norte, la cual ninguna de las dos naciones podría cruzar.


Aníbal no tardó en recorrer las calles hasta el puerto de la ciudad, porque sabía que aquel tratado sólo podía significar una cosa. Roma ya sabía lo que Cartago quería hacer en la península y cómo siempre, había decidido intervenir para quitarle el trozo de carne más grande que pudiera. Por su parte, las cosas estaban claras, pero no tenía idea de si Cartago, su nación, las compartía con él.


Hacía años que no lo veía en persona, desde que marchara con su padre a la península. Pero esta vez era distinto, tenía constancia del arribe de Cartago en la ciudad. Cartago había venido por una razón especial y era la que ahora mismo tiraba de su mano para que le prestase atención.


Qart Hadasth.


Una niña de aparentes cuatro años. Pelo oscuro. Ojos oscuros y una sonrisa abierta, felicidad infantil. La personificación de la ciudad que había crecido a partir de los restos ibéricos de Mastia. La hija de Cartago, si es que eso era posible de decir.


Ambos mantenían una relación fraternal, más que cordial. Aníbal le profesaba una admiración y protección a la niña comparable a la que sentía por Cartago, ambos, padre e hija, eran su hogar y daría lo que fuera por cumplir con sus pretensiones, más allá de la promesa que le hiciera a Amílcar de niño.


—¿Qué hacéis en el puerto? —preguntó Aníbal, agachándose hasta su altura, mirándola a los ojos directa. Eran los mismos que los de Cartago— Es peligroso.


La niña hizo un puchero, porque no le gustaba que le dijeran ese tipo de cosas y menos aquel chico que tanto le gustaba y cuidaba de ella.


—He venido a ver a papá—dijo entonces ella, tan tranquila, señalando con su otra manita libre hacia el muelle, en dónde Aníbal pudo divisar el trirreme de Cartago, delante de la cual se encontraba su cuñado esperando.— Además, me gusta el puerto, soy mayor para decidir qué quiero hacer.


Aníbal contuvo una sonrisa al escuchar la consiguiente verborrea de explicaciones de por qué a ella no la mandaba nadie excepto su padre. Era una niña al fin de cuentas. Sin embargo, tanto ella como él detuvieron su conversación al alzarse una sombra contra ellos a la par que los pasos pesados resonaban contra la madera de los muelles. Aníbal se levantó algo lento, mirando de frente a Cartago, quién parecía totalmente imponente ahora a pesar de que el joven Barca casi alanzaba la altura de la nación.


Qart Hadasth se giró también para verlo y enseguida saltó, correteando hasta él.


—¡Papá!


La niña dio un par de vueltas alrededor de Cartago y luego se paró ante él. Aníbal no recordaba verla tan feliz salvo en esas ocasiones, debía de quererlo mucho. Cartago, en un alarde de dulzura al parecer poco demostrada e impropia, la tomó en brazos, reprochándole suavemente a la niña que se comportara como la ciudad civilizada que era y no como una bárbara de más allá del Bello  Promontorio.


Aníbal se mantuvo callado y a la espera de poder hablar con su nación, por primera vez desde que zarparan hacía tantos años. Asdrúbal también se había acercado pero él y Cartago ya habían intercambiado algunas impresiones y preferían abordar los asuntos más importantes durante la noche, cuando todo estuviese más tranquilo. Aníbal también lo consideraba de ese modo.


Una vez hubo dejado a su hija en el suelo, Cartago la convenció para que se fuera a ver los elefantes con Asdrúbal por más fingidas protestas diera este diciendo que tenía cosas importantes que hacer. Aníbal esbozó una sonrisa al ver a su cuñado quejándose de convertirse en niñera para después llevar a la ciudad de la mano cantando en voz alta sobre elefantes balanceándose en cuerdas de arco.


Cartago y Aníbal se quedaron solos. Mar de fondo, gaviotas y voces en idiomas que muchos ni sabrían identificar. Ellos sí.



—Me alegra verlo—dijo Aníbal por fin, visto que Cartago no iba a hablar a no ser que fuera necesario. Su padre le había contado anécdotas sobre la persona de su nación. Que prefería antes dejarte darle un abrazar que decirte que se lo dieras.


—También a mi, hace mucho tiempo que no te veía—la voz de Cartago era vibrante, baja y fuerte. Una que borboteaba también de sutil regocijo al añadir—Siempre me sorprenderá lo rápido que crecen los humanos.


Aníbal no pudo más que soltar una carcajada, una la cual Cartago secundó con una sonrisa media, ladeada y una sacudida de cabeza, como si fuera alguien mayor pensando que los jóvenes de hoy en día no tenían remedio. Pero cuando Barca terminó de reír, sus ojos se desviaron hacia el suelo y se tornaron más oscuros, preocupados.


—Las cosas se están enturbiando.


—Lo sé—Cartago parecía tranquilo


—El tratado con Roma no va a durar.


—Lo sé.


Aníbal levantó la mirada esta vez, mucho más decidido, sin una pizca de temor a hablar claro.


—Voy a luchar por ti contra Roma. —le estaba recordando el pacto maldito. Cartago frunció levemente el cejo.


Silencio, hasta que al fin terminó respondiendo, porque era algo que nunca había olvidado.


—Lo sé.


Aunque por alguna razón que Aníbal no llegaba a averiguar, Cartago dejó deslizándose junto con esa respuesta, una melancolía profunda, que nadie salvo alguien que lo conociera bien podría ver y notar.


Aníbal no lo sabía, pero comenzaba a sospechar de qué se trataba ese ánimo oscuro que se apoderaba de él cada vez que mencionaba a Roma y su promesa en la misma oración.


No lo sabía, lo sospechaba, y no estaba seguro de si llegado el momento, podría romperlo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario