Voces del otro Mundo

"Delenda est Carthago" "Hannibal ad portas!!"

jueves, 28 de julio de 2011

Multicolor [TABLA]

Autor:  Tanisbarca
Fandom: Hetalia World Series
Disclaimer: Roma pertenece Hidekaz Himaruya, Cartago a mi.
Claim: Cartago/Imperio Romano
Tabla Arcoiris: #8—Multicolor
Advertencias: Muerte de personajes // Semi-histórico (??)

 

 

* * *


El viento me acompaña, cumpliendo un pacto firmado tiempo atrás, cuando todo era distinto. Cuando las palabras pronunciadas se cumplían... cuando los sueños se vivían.

No sé cuánto tiempo llevo aquí. Ni siquiera sé qué es “aquí”. Creo que ahora mismo para mi no existe ni  el “aquí”, ni el “allí”. Posiblemente tampoco “allá”. “Ahora” o “después”, todas esas palabras, han perdido todo su significado. No valen nada.

No estoy en ninguna parte. Ya no. Ni siquiera tengo un cuerpo físico. No sé donde estoy. Bueno, sí lo sé, pero no quiero ponerle nombre.

Todo es prístino, blanco. Silencioso, con tan solo el clamor de los que me rodean, otros como yo.

Naciones muertas.

He llegado a reencontrarme con mi madre, Fenicia, después de siglos. He conocido por fin a Tartessos, el que fue el viejo amigo de Iberia. Creta, la hermana mayor de Grecia, también vino a verme. Y muchos otros que nunca conocí y de los cuales nadie ha oído hablar. Todos se arremolinan junto a ti, para saber quién ha sido el siguiente. No son cuerpos, más bien ideas, mentes dispersas. Luces blancas hechas cúmulos con voz propia.

Ninguno sabemos dónde estamos porque no se parece a ningún Cielo ni a ningún Infierno que hayamos conocido. Simplemente estamos ahí, unos al lado de los otros, esperando…

Esperando ver quién es el que sigue.

Esperando recibir al próximo país muerto.

Cada vez que alguien nuevo llega, todos sabemos de quién se trata, es como si al morir conserváramos nuestra esencia, nuestro verdadero ser. Yo dejo que sucesivamente los demás reciban a los que llegan y después giro alrededor, despacio, como hacen siempre.

Pero no hablo. No quiero. No lo necesito.

Esto no sólo lo aplico a los muertos que aparecieron después de mi- Una vez me los presentaron, no volví a decir palabra, no volví a hablar con ninguno una vez saciaron mi curiosidad. Fenicia me dice que es porque estoy esperando a alguien en especial y que por eso no quiero hablar con nadie más. Niego siempre con el gesto que se interpreta para decir que no, encogerse y que tus pequeñas bolas de luz se hagan más pequeñas, agrupándose unas con otras. Aquí, sea dónde sea este sitio, ya no se puede mentir y por eso siempre me atrapa.

Se ríe, comenta que ni siquiera cuando estábamos vivos se le escapaba algo de mí.

No me obligan a hablar, piensan –aquí todos sabemos todo de los demás- que si no quiero, no tienen por qué obligarme. Asombrosamente, aun cuando soy hosco y ermitaño, no me dejan solo. No me abandonan, creen que lo único que nos queda es mantenernos juntos hasta el día que podamos tomar cuerpo de nuevo.

Creta es la que más habla conmigo, yo la escucho. Me cuenta siempre cómo fue en vida, una mujer hermosa, obsesionada a decir verdad, con los laberintos y las profecías de los Dioses. También refunfuña sobre lo mal que lleva Grecia las cosas, dejándose avasallar por ese idiota romano.

De alguna forma me tenso cuando mencionan a Roma, ellos lo notan. Y enseguida cambian de tema. Todos conocen mi historia, la han visto a través de mis recuerdos. Me aconsejan que debiera dejar el pasado atrás, perdonar y olvidar. Pero no puedo, ellos no lo entienden.

Fenicia murió conquistada, como la gran mayoría de nosotros. Tartessos murió sin más, dice que de viejo aunque nadie sabe cual es su apariencia porque aquí nadie tiene. Cuenta que un día se durmió y cuando se despertó, ya estaba aquí. A veces se le ocurre achacarme a mí su muerte aunque yo no recuerdo haberle visto por Iberia en ningún momento. A Creta la mató su propia hermana y es la que más cerca está de saber cómo me siento y de por qué no voy a perdonar la traición de Roma sin más.

No nos sentimos traicionados como naciones, sino como las personas que también éramos.

Ella me comprende mejor, es por eso que aun dejo que gire en torno a mí, relatando sus historias una y otra vez, con un aura de tristeza que me contagia. Poco a poco le voy contando también mis propios recuerdos. Hablo de hablar, decir, pero realmente sería más bien cómo transmisión de pensamientos. La primera vez que Creta captura un recuerdo de mi mismo tal cual era en mi época de gloria, ríe o se escucha una risa coqueta y me dice que si hubiésemos coincido ella habría estado gustosa de comerciar conmigo.

Contesto que aún así habríamos sido enemigos tarde o temprano. Los griegos y yo nunca nos hemos llevado bien. Fenicia se nos acerca de vez en cuando, girando las dos a mi alrededor y a veces entretejiendo sus luces con las mías. De esa forma es cómo estrechamos lazos. Mi madre a veces trata de consolarme y Creta, de vez en cuando, termina cerca de mi cúmulo, como si en la realidad me estuviera abrazando. Yo dejo que hagan eso, no me queda nada más y rechazarlas sería cruel por mi parte, por muy decepcionado que esté con mi final de vida.

Un tiempo después, no se cuanto realmente, Creta me explica que si me concentro mucho puedo ver qué es lo que pasa en la tierra de los vivos. Yo me alarmo silenciosamente, ella intenta calmarme diciendo que es algo que se puede hacer y que no estoy obligado. Pero tras pensarlo mucho decido hacerlo.

Necesito hacerlo.

Concentrarse en sencillo, sólo deseando querer ver lo que se quiere ver, sucede. Y me paso largos períodos mirando a la vida. Fenicia no me intenta alejar de esas ventanas abiertas, nadie lo hace. Saben que todos pasamos por ello.

Lo primero que trato de mirar, aunque me es difícil, es a Qart Hadasht, la pequeña hija a la que vi por última vez cuando partí con Aníbal hacia los Alpes. Ha crecido en todo ese tiempo, me alivia saber que se recuperó del ataque de Roma aunque ahora sea él quien la cuide. Después veo a Iberia, cambiado, romanizado. Diferente. El viejo mundo está muriendo con el avance de los romanos. Grecia, subyugada. Cuando la veo a ella, Creta se me une y se apoya en mí, arrullándome con canciones viejas, nanas de antaño perdidas en el olvido. Ella ya perdonó su injuria, pero comprende que para mí todavía resulte difícil. También veo a Galia, derrotado e igualmente esclavizado, convertido en provincia romana. Egipto, Persia, Numidia, Sicilia, todos bajo su control. Me consuela saber que Britannia es la única que, como yo, pudo plantarle cara. Al menos ella ha sobrevivido más tiempo. Igual que ese tal Germania, un bárbaro de la selva negra al cual no tuve el placer de conocer en vida pero que le está poniendo las cosas difíciles a Roma.

Roma, convertido en un Imperio, más grande que el de Macedonia y su Alejandro. Más grande que el mío o que el de Persia.

Pasa el tiempo y yo aun sigo observándole sin que él lo sepa, notando como la nostalgia y la tristeza me pesan, recordando viejos tiempos que nadie más va a recordar, salvo yo. Lo último que se me ocurre visitar es Cartago, en dónde nací, crecí y morí. Fenicia me acompaña para que no me derrumbe, sabe que ver por vez primera tu tumba después de muerto es algo duro. Además, adorna mi rabia con anécdotas de cuando yo era más joven y ella aún podía quedarse conmigo en África. Ciertamente eso me calma y me ayuda a ver mis ruinas, arrasadas hasta los cimientos.

Mis luces se encogen una y otra vez pero por fin dejo de mirar afuera. Vuelvo a quedarme aquí dentro, sea lo que sea este lugar diáfano y muerto, sin nada más que hacer que esperar. Y esperar y esperar. Es lo único que hago, entre medias de las charlas con Creta, con mi madre y con Tartessos. Charlas que apenas logran tapar mi ansiedad.

Quiero que venga y  a la vez desearía que no lo hiciera. Todavía recuerdo la maldición que pronuncié al morir justo cuando mi cuerpo se transformaba en esto que soy ahora, Recuerdo las palabras, pronunciadas con odio y a la vez con dolor, recuerdo sus ojos, desconcertados y llenos de una desesperación anhelante que no logré determinar.

Él no descansó hasta destruirme. No podía querer más de mí. Es lo único que repito una y otra vez cuando cualquiera de los demás me murmuran que quizá me haya equivocado. No es verdad.

Ellos lo ven, Roma no deja vivir a los demás, tan solo quiere vivir él, él y su grandeza, para toda la eternidad. Pero todos sabemos que eso no pasa, porque todos morimos algún día. La cuestión es, a manos de quién y  de qué forma

 

* * *


 De nuevo no sé cuánto tiempo ha pasado pero de repente todos aparecen en tropel. Algo ha sucedido, algo grave, porque han caído todos excepto Britannia y Germania.

Por lo que Creta ha visto, escrutando hacia ellos, Germania ha terminado matando a Roma y con Roma cayeron sus provincias de occidente como fichas de un juego roto. El primero en venir es Galia. Todos se arremolinan a su alrededor como hicieron conmigo, yo me mantengo al margen, aun sigo esperando. Le sigue Iberia, mi viejo amigo. A él si le recibo e incluso me permito el gesto de “abrazarlo” solo una vez antes de dispersarme y retirarme. La tercera es Grecia, que murió dejando a su hijo Bizancio al mando del Imperio de Oriente. Contemplamos un encuentro algo tenso entre ella y Creta, pero terminan dando vueltas entre ellas, como si fueran niñas pequeñas. Ríen. Sé que yo no podría hacer eso. Egipto es la siguiente, elegante, como siempre fue ella.

Por último, Roma.

Sólo somos cúmulos de luces, esferas blancas y brillantes. Pero lo reconocería en cualquier parte, de cualquier forma y en cualquier lugar. Incluso muertos. Noto, realmente todos lo hacemos, que está confuso, que no sabe que ha ocurrido y que tampoco sabe dónde esta.

Lo único que sabe es que quiere volver, a su grandeza, volver a intentarlo. Pero al no poder hacerlo, se frustra y se retuerce. Fenicia me acompaña mientras me mantengo lejos, mientras todos intentan calmarlo. Dice que es algo normal, que son crisis de quién en vida ha subido tan alto que la caída es aún mucho más dolorosa que la propia muerte. Yo suspiro y miro, aun de lejos. Me pregunto si él sabe que estoy aquí.

Cuando por fin entre todos le hacen comprender lo que ha pasado, Roma está más calmado aunque aún inquieto y receloso. Creta se queda conmigo ahora, mientras yo permanezco sereno, distante, mientras Iberia y todo el elenco de antiguas provincias giran y giran con Roma como yo hice en su momento al morir.

Creta me susurra que si quiero, vaya con ellos, pero me encojo. No quiero ver a Roma, ni que él me vea. Creta ríe suave y dice que él ya sabe que estoy aquí y que sólo está esperando que acepte dejarlo acercarse.

Sucede poco después. Ambos notamos los mutuos sentimientos exteriores pero tanto tiempo aquí me ha dejado aprender a ocultar los demás, por lo que Roma no va a poder saber más que lo que ya sabía. Que el odio es fuerte y que no va a poder romperlo sólo con venir despacio, exhalando arrepentimiento por todos sus haces de luz.

“Cartago”

“Roma”

Silencio. Nos han dejado solos. Los notamos cerca, a la espera tal vez. Como un drama en el teatro. Solo que esto no tiene guión y  mi no me apetece improvisar. Nos movemos lentamente uno alrededor del otro, como órbitas parejas, emulando movimientos que solíamos recrear luchando en la arena. De pronto sus luces se abalanzan sobre las mías y los dos formamos un solo cúmulo. Es difícil saber quién es quién y cuál es cuál. Sé que si tuviéramos cuerpo, Roma ahora mismo me estaría abrazando, temblando desesperado por conseguir que yo le perdone, de la forma que sea. Puede que incluso estuviese llorando y puede que yo me mantuviese con mi mirada impasible, sin rodearlo con los brazos, esperando que se soltara por sí solo. Pero siendo como somos, nuestros “cuerpos” de luz blanca se unen y se entrelazan, chocando el uno con el otro, lanzando destellos multicolores cuando una de nuestras esferas choca con otra ajena.

Puñados rojos y azules, verdes, amarillos. Incluso violetas y celestes. Naranjas.

Todos los recuerdos guardados se comparten. Sé a ciencia cierta que Roma está suplicando en silencio, pero de una forma mucho más real que cualquier otra. Después de haber probado la agonía y la traición., sabe cómo realmente debí de sentirme bajo su espada y se odia. Se odia con todas sus fuerzas y me suplica.

Lo último que vemos los dos, antes de separarnos, es ese último encuentro, solapado con su muerte. Resuenan las palabras, la maldición. Después se desvanecen mientras cada cual regresa a su lugar, separados por ese eterno vacío blanco.

“¿Me perdonarás algún día?”

Noto su sinceridad. No le reprocho que sea honesto ahora. Los demás siguen por ahí, han contemplado el fenómeno de luces y colores pero no a los recuerdos, un lazo que sólo nos une a él y a mí.

“Algún día, sí”

Cuando digo esto me alejo de él y él no me sigue. Sabe que necesito estar solo o al menos no cerca suyo. No me detengo pero un sentimiento y un pensamiento nuevo me hacen dudar un poco, aunque aun así me sigo moviendo, cada vez más lejos. Su idea me sigue golpeando después.

Yo rechino y mis esferas se hacen más pequeñas. Él acaba gritándome.

“Voy a esperarte, Cartago”

Fenicia y Creta se reúnen conmigo en cuanto estoy lo suficientemente lejos como para poder ignorar su promesa, aunque ya se me ha quedado grabada. Iberia y Galia flanquean a Roma y le piden paciencia por mí.

Fenicia y Creta me piden a mí que piense y reconsidere. Que no tiene que ser ahora pero que tampoco le haga sufrir por algo que debería haber dejado en el pasado. Yo replico que el pasado es algo que siempre me va a acompañar. También repito.

“Algún día”

1 comentario: