Voces del otro Mundo

"Delenda est Carthago" "Hannibal ad portas!!"

miércoles, 27 de julio de 2011

Celeste [TABLA]

Autor:  Tanisbarca
Fandom: Hetalia World Series
Disclaimer: Roma pertenece Hidekaz Himaruya, Cartago a mi.
Claim: Cartago/Imperio Romano
Tabla Arcoiris: #6—Celeste.
Advertencias: Random // Semi-histórico

 

* * *


 

—Roma, no es cómo si en mi casa no tuviera una, ¿sabes?

—¡Da igual! ¡Las mías son mejores! ¡Vamos!

A los esclavos que guardaban el vestíbulo no se les pasó desapercibida la expresión de Cartago, de visita en Roma por primea vez desde hacía mucho tiempo. Normalmente era Roma quien frecuentaba la casa del cartaginés pero esta vez había resultado ser distinto.

Roma le había invitado expresamente, y Cartago sospechaba que lo que quería era impresionarlo de alguna manera. Lo que el romano no sabía era que todo lo que él tuviera, Cartago llevaba siglos teniéndolo, no en vano era la capital del mundo antiguo después de haber desbancado a Grecia.

Ahora le tocaba el turno a las termas.

Se quedó callado mientras Roma negociaba el precio con uno de los encargados. Finalmente accedieron a darles un servicio completo más tiempo extra por dos sestercios de más.

—Pasen al apodyterium, por favor.

Uno de los esclavos les condujo hasta una salita rectangular repleta de hornacinas en sus paredes y un banco corrido bajo ellas. Estas servían para que los clientes se desnudasen y dejasen sus pertenencias a buen recaudo. Aunque nadie le robaría las posesiones a la personificación de una nación, habría que estar loco para siquiera intentarlo.

A esas horas no había nadie pues la hora común de acudir a las termas con los amigos era más temprana. De hecho, Roma había elegido ese periodo de tiempo a propósito.

Cartago notaba las diferencias entre las termas de su casa y las de Roma, mucho menos avanzadas. Tendría que enseñarle a diseñar mejor los edificios, francamente. Pero se olvidó de todo eso mientras se quitaba los brazaletes y los dejaba con cuidado en una de las celdas. Le causaba gracia ver a Roma ir quitándose de a poco las capas y capas de ropa que llevaba encima mientras que él mismo tan sólo tenía que deslizarse la túnica y el chitón.

Se desataba las ataduras del calzado cuando Roma  se sentó al lado, imitándolo.

—Oye, ¿esa cicatriz es nueva?

Cartago bufó, medio sobresaltado por aquella pregunta tan banal, evitando mirarle directamente.

—No lo preguntes cómo si conocieras las otras… y no, no es nueva.

—Pues no la había visto antes—Roma protestó porque notaba la acusación.

—Eso es porque no voy por ahí alardeando de ellas, como tampoco voy quitándome la ropa delante de ti todos los días.

—Pues deberías, desnudarse con otro hombre es un acto de comunión y así se estrechan los lazos de amistad mejor que de cualquier otro modo.

—Dioses, cállate.

—¿Qué? Lo digo en serio…

La conversación, llevada hasta casi la puerta de la primera sala, se detuvo cuando un esclavo negro les salió al paso y se señaló las orejas. Al principio ninguno de los dos entendió a qué se refería pero cuando el esclavo repitió la acción y a la vez alcanzó uno de los pendientes del cartaginés, comprendieron que debía quitárselos.

Cartago suspiró, tomándose uno de los lóbulos. Llevaba los pendientes puestos desde joven y casi nunca se los quitaba. Por alguna razón no le gustaba desprenderse de ellos. Fue casualidad o no, pero lo cierto es que Roma notó su reticencia y fue él quién se adelantó a quitárselos, con cuidado.

Nunca supo por qué pero el que hiciera eso se le antojó mucho más cercano e íntimo que si le hubiese quitado la ropa.

 

* * *



Las gotitas resbalaban por su piel morena, imitando las que se deslizaban por las paredes de azulejo celeste, reflejando el agua caldeada en la que estaban sumergidos. Roma la había llamado Caldarium y era la primera del ciclo de la terma. Cartago la identificó con la suya a la que llamaban Sauna.

Una bañera de agua caliente, rectangular, provista de piletas equidistantes sobre la cual manaba agua fresca para beber y refrescarse de cuando en cuando. Esa sala servía para sudar y exudar todo lo malo de la piel. También servía de relajo y era dónde se llevaban a cabo la mayor parte de las charlas políticas.

Sólo que ahora todo estaba en silencio.

Apoyado de espaldas a una de las paredes de la bañera rectangular, se dejaba caer intermitentemente hacia abajo hasta que las puntas del pelo rozaban el agua.

Caliente. Cerraba los ojos, hasta que sentía la cabeza de Roma sobre su hombro porque se estaba quedando dormido metido en el agua. Le despertaba sutilmente, sacudiéndolo con el hombro a la par que este protestaba diciendo que no se quedaba dormido, que solo quería acomodarse mejor.

Cartago siempre respondía lo mismo.

—No soy tu almohada, idiota…

—Pero es que estás calentito.

A veces sus caprichos le sacan de quicio, pero solo interiormente. En apariencia seguía siendo el mismo.

—Por si no te has dado cuenta, aquí todo está caliente, así que déjate de monsergas y quítate de encima, que bastante tengo.

—¿Oh? ¿Qué tienes? ¡Cuenta!

—No empieces…

Cartago se levantó para salir y dirigirse a la siguiente estancia, la sala de baño templado y la de masajes. Roma lo siguió, refunfuñando que era un seco y un soso y también un mal amigo, a lo que Cartago replicaba que si tan mal amigo era la próxima vez le iba dejar atracar en África su abuela la Loba.

Roma no tenía más opción que claudicar.

En la sala templada, sendos chorros de agua a presión ejercida por dos robustos esclavos tracios, salidos de cañerías en las paredes, limpiaban los restos de sudor y asperezas que pudieran quedar de la anterior bañera. Después, tumbados en divanes, dejaban que una cuadrilla de esclavos de diferentes nacionalidades masajearan los músculos agarrotados, doloridos, las contracturas al mismo tiempo que eslavas diestras limaban las uñas y las durezas de los pies.

Durante ese lapso de tiempo no hablaron, tan solo dejaron hacer su trabajo a los esclavos, profiriendo de vez en cuando gemidos de gusto al notar que deshacían los nudos del cuerpo.

Por último, el frigidarium, una gran piscina donde se realizaba el último baño frío reconstituyente después de sudar y recibir los masajes.

Por suerte para Cartago, en toda la extensión de la piscina hacia pie así que no tuvo problemas para meterse al agua. Roma lo hizo como hacía todo. Escandaloso y a lo grande. Es decir, lanzándose hecho una bola, salpicando el resto de la sala y al elenco de esclavos. Cartago no pudo evitar sonreírse mientras se dejaba embriagar por el agua fría.

Roma se acercó nadando hasta él, quedándose apoyado a su inversa sobre el borde, pataleando de vez en cuando.

—Venga dime, ¿te he impresionado?—la pregunta se le antojó tonta pero igualmente esperada. Cartago no le iba a mentir, realmente.

—Mas bien no, en casa tengo termas que duplican el tamaño de las tuyas y cuyos servicios están más que ampliados. —Respondió sin temor a que se enfurruñase— Te recomiendo sustituir el techo plano por bóvedas, harías que el vapor se adhiriese a él y el agua se escurriese hasta abajo de nuevo, de manera más cómoda.

—Ah…

Roma miró hacia el techo, pensativo. Se movió de manera que quedó esta vez de lado a Cartago. Lo observó por un momento. Este estaba con los ojos cerrados pero interpretando el silencio del romano como que andaba analizando su consejo.

Nada más lejos de la realidad.

Abrió los ojos de golpe cuando sintió el mordisco de Roma en el hombro, alarmado.

—¡¿Se puede saber que estás haciendo?! —exclamó, pillado por sorpresa.

Roma reía alto, ya nadando en el centro de la piscina.

—Púnico idiota, atrápame si puedes—en sus ojos brillaba el desafío. Cartago se medio incorporó, molesto.

—No voy a seguirte el juego.

—Cobarde—canturreó Roma, ya casi al otro lado.

Frunció levemente el ceño mientras terminaba de levantarse del todo. Amenazador, erguido y monumentalmente fastuoso. Los esclavos presentes admiraron la magnificencia púnica sin saberlo.

—Tú… romano cabeza de chorlito…

Los esclavos apenas pudieron contener algunas risitas ahogadas al ver a aquellos dos fuertes hombres hechos y derechos, jugar a atraparse entre sí, como si fueran dos niños en la bañera de su casa particular.

Mientras, las gotitas seguías deslizándose por las paredes, de manera trémula, surcando las baldosas de color celeste, las cuales reflejaban el agua termal.

 

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