Voces del otro Mundo

"Delenda est Carthago" "Hannibal ad portas!!"

sábado, 23 de julio de 2011

Sexo es... [TABLA]

 

Autor:Tanis
Fandom: Hetalia World Series
Disclaimer: Roma pertenece Hidekaz Himaruya, Cartago a mi.
Claim: Cartago/Imperio Romano
Tabla Necesitada: #5—Sexo.
Advertencias: Hecho para [info]musa_hetaliana //  Random // Lime.
* * *

 

Cartago levantó las manos para acariciar con el pulgar y una extraña suavidad el mentón del joven romano, que permanecía quieto, mirándolo en la penumbra. No sabía cómo sus pasos le habían llevado en total oscuridad el cuarto de él. Pero ahora daba igual.



Le había invitado a pasar, sin decir una palabra, tomando despacio una de las muñecas de Roma antes de que este comenzara a articular entrecortadas y estúpidas disculpas de por qué había llamado a su puerta a esas horas.



Ahora Cartago jugaba, rozando sus labios contra la comisura de Roma, con una sonrisa débil de satisfacción en el rostro, viendo como las mejillas de su amigo tomaban un color rojo intenso. El cartaginés rió bajito, ronco y vibrante, divertido, y lentamente bajó su mano deslizándola por el cuello contrario, produciendo que se le erizara el vello del brazo a Roma. Alcanzó el cuello de la túnica y con suavidad lo arrastró hacia atrás, haciendo que la tela murmurara ligera al chocar contra el suelo.



Él solía ser el emprendedor, el que daba el primer paso, le gustaba que fuese así. No existía nadie que pudiese doblegar a Roma, nadie. Ninguna nación, excepto él. Excepto Cartago.



Cartago colocó una mano sobre la cintura, otra sobre la cabeza, haciendo que los mechones de pelo castaño se enredaran en sus dedos. Roma lo miró un momento antes de fundirse en el primero de sus besos, uno torpe, algo indeciso pero a la vez fuerte y decidido. Las manos del cartaginés pasaron por la dura musculatura del torso romano, en ciertas partes vendado por una pelea que había tenido recientemente.



Roma lo estrechó fuertemente contra su cuerpo, pero es Cartago quien lo empotra contra la puerta ya cerrada, encerrándolo en un mar de imprevisibilidad y umbría. Las manos de Cartago descendieron, mientras ambos se mordían. Roma se separó de sus labios para proferir un leve resuello, a la par que Cartago le besaba el cuello y continuaba con las caricias. Su lengua se paseó por el lóbulo, el cuello y sus labios acariciaron la línea de la clavícula. Luego desabrochó despacio la lazada blanca de su propia túnica que hizo que la parte superior se deslizara por su espalda hasta caer como una pluma a sus pies, con una visión de ébano recortada contra la claridad de la luna.



Cartago tiró de nuevo de la muñeca de Roma, haciéndole avanzar lejos de la puerta, casi bailando bajo los brazales plateados de luz. Un nuevo beso les unió mientras la mano izquierda de Cartago surcaba la espalda romana, haciéndolo estremecer.



Luego lo arrojó a la cama, haciendo un leve ruido al caer sobre ella, acompañado de unas leves risas de ambos. Cartago no tardó en acorralarlo, con los ojos encendidos de ardor. Se miraban igual que cuándo peleaban, fijamente y sin tapujos. De nuevo volvió a jugar con su cuello, mientras una de sus expertas manos que tan bien conocían su cuerpo se deslizaba rumbo a sus muslos, haciéndolo ahogar un pequeño jadeo.



La voz cantante la llevaba Cartago. Siempre.



Los movimientos de ambos acompañaban cada jadeo, cada grito, cada gemido. El sudor no tardó en perlarles la piel, mezclado con el aliento blanco de ambos. Arriba y abajo, dispersándose en zarcillos como humo hacía el cielo. Los besos y las caricias se sucedían mientras el baile continuaba su curso.



Una vez el estallido terminó y mientras los dos se recuperaban del estremecimiento y la sacudida del placer, quedaron abrazados mientras los últimos suspiros se apagaban.



Tranquilidad absoluta.



Roma acurrucado de lado, cerró los ojos mientras Cartago terminaba abrazándolo por la espalda, con un gesto mudo de protección. Apoyó la cabeza en la almohada mientras los labios del cartaginés le dejaban una leve caricia en el hombro, seguida de un beso.



Cartago se apoyó en él sin decir una palabra.



—Cartago...—dijo Roma cortando el silencio, esperando que su compañero no estuviese dormido, como parecía.



—¿Si?—preguntó él con voz suave desde el otro lado del enmarañado pelo marrón.



—Te quiero...



La voz de Roma pareció perderse en la noche, nublada por el silencio. Sin embargo, como siempre sucedía, obtuvo su respuesta.



—Y yo a ti, Roma...



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