Voces del otro Mundo

"Delenda est Carthago" "Hannibal ad portas!!"

miércoles, 27 de julio de 2011

Juventud [TABLA]

Autor:Tanis
Fandom: Hetalia World Series
Claim: Cartago/Aníbal Barca
Tabla De una Vida: #3—Juventud
Advertencias: Hecho para [info]musa_hetaliana //  Histórico

 



* * *



Qart Hadasht lloraba.

Es joven para comprenderlo, había dicho Iberia. Demasiado joven para saber. Ella sólo estaba viendo como se marchaban todos a una guerra a la que ella no podía ir por si misma. Una guerra que se le antojaba innecesaria y lejana.

Aníbal Barca no podía evitar sentir pena por ella. Pero era su ciudad, tenía que hacer eso para protegerla. Sabía que los romanos no tendrían piedad. Cartago también lo sabía.

Por eso iba a acompañarlo durante toda la travesía hasta Italia, tenía que estar ahí para mantener la moral alta. Además, se había acabado el tiempo en el que pudiera quedarse tras los muros de una ciudad, esperando agónico la derrota.

Aníbal y Cartago conocían las probabilidades que tenían de ganar esa guerra, pero harían todo lo que pudiesen por al menos, quedar en tablas.

Iberia les acompañaría hasta poco después de cruzar los Pirineos, después volvería.

Medio ejército ya estaba en marcha, Aníbal había impartido todas las órdenes del camino. Ahora estaba agachado junto a la niña, igual que aquella vez en el puerto de hacía años.

—Volveremos pronto—le limpió suavemente una de las lágrimas que rodaban por la mejilla sonrosada de ella.

—¿Lo prometes? —preguntó ella entre hipidos.

Aníbal asintió, le palpó la cabeza y miró a su hermano pequeño, Asdrúbal. Él tendría a cargo la defensa de Iberia y de la ciudad mientras Aníbal marchaba a Italia  a patear la puerta de los romanos.

Asdrúbal hizo un gesto con la cabeza, como si dijera que todo iba a estar bien. Cartago se mantenía en silencio, pero fue el último que se despidió de su hija antes de partir. Ella ya no lloraba pero estaba triste.

—Cuidaré de él—le murmuró sin que nadie más pudiera oírlo. Se estaba refiriendo claramente a su estratega. Sabía del estrecho lazo que unía a Aníbal y a Qart Hadasht. Ambos se habían criado juntos, él en la ciudad y ella viéndole crecer, profesándole un sentimiento que rayaba en la adoración.

La pequeña asintió débilmente y se separó de ellos, aforrándose trémulamente a la muñeca que Asdrúbal Barca le tendía. Iberia le sonrió por última vez antes de montar en su corcel. Él sería quién debería guiar a la tropa por las montañas antes de enfrentarse a los galos más allá de los Pirineos.

Cartago montó el último, echándole un último vistazo a su hija, a su segundo general y a la bahía. No sabía por qué, pero tenía la sensación de que probablemente no pudiera verla en mucho tiempo.

* * *


Ocurre que, a veces, nos marcamos objetivos, metas, que sólo tienen sentido para nosotros mismos. Son esos propósitos que cuando únicamente dependen de uno mismo, hacemos lo posible por cumplirlos. Y este, pudiera parecer, era uno de ellos.

La aparente innecesaria subida a las montañas, era también un reto. Iban a llamarla su guerra, pero él no tenía la culpa. Iba a hacer l oque tenía que hacer, costase lo que costase. Querían la destrucción de su patria, y si podía impedirlo, lo haría.

¿Qué mejor que llevando la guerra a la casa del contrario?

La ascensión, había sido dura. Lenta pero firme. La llegada a la cima y el breve descanso en ella, contemplando la belleza que ofrecía la visión de un mundo hasta entonces virgen, era una sensación única. El ejército compartía su opinión y sabía que le seguirían hasta la muerte si era preciso. Confiaban en él.

Cartago también.

Pero todavía faltaba lo peor. Es en estos casos en los que descender se convierte, inevitablemente, en una vertiginosa caída.

* * *


No lo decía, pero Aníbal sabía que cuanto más se acercaran a Italia, más expectante estaría su nación. Conocía sus motivos, sus pensamientos, el porqué había decidido acompañarle en su travesía a pesar de la complicación de la misma.

No era por dar una imagen.

Realmente Cartago quería ver a Roma, aunque fuese en batalla.

Barca había llegado a comprender que una nación mantenía una constante dualidad en su mente. El pensamiento del colectivo, o como se decía, de todo el conjunto de habitantes que tenían conciencia de pertenecer a la nación conocida como Cartago. Y la suya propia, individualista, proveniente de su mente como humano que también era.

Sabía que su mente de nación quería luchar y derrotar a Roma. Sabía que su mente de nación odiaba a Roma y a los romanos, por todo lo que habían hecho, roto y arrebatado. Y también sabía, que su mente humana amaba, amaba a ese romano idiota, esa personificación de la nación que si pudiera, los pasaría a cuchillo a todos.

Aníbal comenzaba a entenderlo tarde, pero podía ver la terrible lucha que se mantenía dentro de la conciencia de Cartago. Fue por eso por lo que tomó la decisión que luego le costaría la guerra.

* * *


—Aníbal, no podemos seguir así.

Cartago apenas podía mantener la respiración tranquila. Tanto él como las tropas cerca de Cannes ya habían acabado con la batalla, saldada en victoria. Pero Cartago sabía que algo no estaba marchando bien, era como si su estratega estuviese conteniendo algo.

—Hemos cercado a los romanos, están asustados tras sus muros.

—¿Te crees que se van a quedar ahí, sin más?

—Por su bien espero que sí.

Aníbal y Cartago no solían discutir, es más, parecía inconcebible que eso sucediese. Pero ahora estaba pasando. Cartago quería acabar con la guerra de una vez, Aníbal parecía querer prolongarla hasta lo indecible. Sin apoyo de la ciudad en África, se estaban estancando. Si habían sobrevivido hasta ahora era saqueando la península itálica, aliándose con los pueblos bajo yugo romano que deseaban una vida mejor que esa.

En el campamento, aún hablaban.

—Roma no va a esperar eternamente, es impaciente… y en cuanto vea que no vamos por él… —Cartago sólo quería terminar, alejarse de allí y dejar de padecer un daño interno y mental que no debería. Quería ganar pero esa guerra de desgaste ya se había saldado sus territorios en Iberia y temía por su hija.

—Escúchame, sólo por un instante, ¿de acuerdo? —Aníbal también estaba cansado. Ambos se encontraban en medio del campamento, dónde los soldados podían ver y oír la disputa— No estoy haciendo esto para derrotar a Roma.

—¿Para qué entonces?

Aníbal podía ver un brillo extraño en los ojos oscuros de Cartago, el mismo que veía de niño a la vez que pronunciaba su promesa de pelear contra los romanos.

—Obligarlo a rendirse…

Fue entonces y sólo entonces, cuando Cartago comprendió realmente el plan real de Aníbal, el porqué de sus acciones y el enrevesado de su actitud. No estaba haciendo todo aquello, toda esa guerra por Cartago, la nación.

Sino por él, por Cartago el humano.

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