Voces del otro Mundo

"Delenda est Carthago" "Hannibal ad portas!!"

martes, 26 de julio de 2011

Naranja [TABLA]

Autor:  Tanisbarca
Fandom: Hetalia World Series
Disclaimer: Roma pertenece Hidekaz Himaruya, Cartago a mi.
Claim: Cartago/Imperio Romano
Tabla Arcoiris: #4—naranja.
Advertencias: Random // Semi-histórico

 

* * *


 

El cielo anaranjado arrastra el azul cobalto despidiéndolo hasta un nuevo día, dando la bienvenida al negro infinito, salpicado por miles de estrellas ya extintas, que aún así siguen brillando casi perpetuas, como testigos de tiempos remotos y deseos futuros.
Cuentan que no existe el miedo a perder, sino el temor a ganar. Él y yo lo sabemos bien.

 

Hace frío en la oscuridad de la noche. Pero yo no lo noto.

 

 

* * *


 

 

Cartago no duerme durante noches así, no puede. A veces le asaltan inquietudes que ni él mismo comprende pero que lo mantiene en vela, noche tras otra hasta que algo consigue hacerle cambiar de opinión.

 

Esta vez no es diferente.

 

El tiempo pasa despacio, lento, como una exhalación tenue. Cartago, tumbado cuan largo era sobre un escabel de la sala inferior, leía pequeñas obras de escritores alejandrinos y helenos. Cuando no podía dormir, lo único que se le antojaba hacer era leer versos.

 

Se alumbraba con una única vela, danzarina y juguetona. Una pequeña luz naranja que dibujaba formas sombrías sobre los papiros, sobre las líneas y las palabras. Cartago entorna los ojos y suspira, dejando los rollos a un lado y levantándose con algo de reticencia.

 

Se asoma al mirador, abierto de par en par, por el que se cuela la brisa del mar. La luna casi llena adorna el cielo oscuro, a  lo lejos puede ver brillantes luces de antorchas en el puerto, en los navíos. Apoyándose en la balaustrada, nota el frescor, le acaricia la piel caliente, oscura.

 

Mira al horizonte.

 

Y poco después nota y sabe que no está solo.

 

—¿Cartago?

 

Roma está detrás, frotándose un ojo, revolviéndose el pelo y bostezando largamente. Es una de esas épocas en las que alega que el mar se pica mucho para navegar y que prefiere quedarse anclado allí que en Sicilia, dónde los siciliotas le miran con malos ojos.

 

Cartago se termina girando, con la luz plateada recortando su figura. Difuso, aun con sueño, Roma tiene la impresión de que está envuelto en misterio. Uno de los pendientes del púnico lanza un destello anaranjado.

 

—¿Roma?... —vacila, no le gusta que le pillen despierto, pensando en sus cosas. No quiere tener que explicar nada— ¿Ocurre algo?

 

Este sólo se encoge de hombros y se acerca, despacio, hasta quedarse a su lado, mirando también al infinito ahora.

 

—No, me desperté y vi luz abajo—vuelve a bostezar— ¿No podías dormir?

 

La franqueza del romano a la hora de preocuparse era ciertamente inquietante. A veces sus intenciones las solapaba con otras cosas o cuestiones, pero no cuando se trataba de él.

 

—No, el colectivo está inquieto…—la verdadera razón. No era el frío, ni ninguna inquietud personal, si no la de su propia sangre, su mente de nación. —… aunque no lo parezca.

 

Roma sabía que Cartago siempre andaba de uñas con Siracusa y Sicilia y que eso le quitaba el sueño. Le angustiaba no saber que hacer para solucionarlo y solidarizarse con él era lo único que se le ocurría. Por eso, sacrificando las restantes horas que tenía para dormir, había bajado a  ver cómo estaba.

 

Los dos permanecieron en silencio, mirando la línea entre negra, azul marino y plateada del océano, allá en la bahía. Los barcos se mecían ligeramente sobre la mar rizada. Roma parecía ausente, más bien adormilada. Cartago no.

 

Pero quisiera estarlo.

 

—Roma, te estás quedando dormido.

 

La voz de Cartago nunca había sonado tan dulce, o eso le pareció al romano, medio apoyado en la barandilla de marfil, casi con la sien apoyada en ella. Roma gruñó y se levantó rápido como si quisiera dejar ver que podía aguantar despierto. Cartago sacudió la cabeza, condescendiente y le tomó del brazo.

 

—Vamos, no quisiera que te cayeras por el balcón, las manchas de sangre quedan muy feas en el patio.

 

Roma refunfuñaba de camino, mientras intentaba soltarse diciendo que era perfectamente capaz de mantenerse de pie aunque lo decía con tal voz de sueño que era poco posible creerle. Cartago lo consiguió arrastrar hasta el escabel dónde momentos antes él leía. La vela proyectaba aun sombras suaves y danzarinas pero ya se estaba consumiendo.

 

Cuando Cartago la tomó, resbalaba cera hasta la base de cerámica. La llamita naranja se acercó hasta la cómoda junto a la cómoda cama improvisada de Roma. Cartago no pudo menos que reprimir una sonrisa ladina.

El romano ya estaba dormido, relajado.

Cartago se sentó en el suelo, apoyando la cabeza en el estómago de Roma, el cual se removió despacio. Intermitentemente  cerraba y abría los ojos, cada vez la vela era más pequeña. Cuando esta se consumió, el cartaginés se quedó a oscuras, escuchando la respiración pausada de Roma.

Oía grillos y tan sólo la luz de la luna podía acompañarle ahora.

 

Roma despertó tarde, como siempre sucedía. Abrió los ojos primero despacio, pensando que Cartago se iba a enfadar con él por quedarse hasta casi la hora de comer en la cama. Sin embargo, al poco se dio cuenta de que no estaba en la cama y que Cartago no podría enfadarse con él por eso.

Lo tenía apoyado en el torso, sentado en el suelo. Profundamente dormido.

Roma se sonrió mientras se frotaba los ojos y bostezaba, como hiciera durante la noche. Pero no se movió, prefería quedarse así hasta que su amigo se despertara y dejar que pasara el tiempo, porque sabía que verlo en ese estado, de esa forma, era algo que probablemente no iba a poder repetir.

 

Junto a ellos, tan sólo queda un leve rastro de cera y un platillo, que tiene el recuerdo de la llama naranja.

1 comentario: